Iniciamos el recorrido en Café Soleil a las 4 de la tarde. Músicos, poetas, estudiantes, pintores, caminantes, no caminantes, niños, ancianos, todos unidos por una sola causa: celebrar la poesía, el poder curador de la palabra. Aquí vale todo: leer poesía, escribir poesía, cantar poesía, pensar poesía, respirar poesía...
El camino nos une, y en medio de la comparsa llegamos a la primera estación: la estación Valdelomar.
Mi infancia, que fue dulce, serena, triste y sola,
se deslizó en la paz de una aldea lejana,
entre el manso rumor con que muere una ola
y el tañer doloroso de una vieja campana.
...nos dice Valdelomar a lo lejos. No estamos solos, nos acompaña el Conde Plebeyo; seguimos, que aún falta mucho. En el camino un huarango nos pide un poema, ¿cómo negárselo? Paramos y celebramos su compañía. Seguimos, llegamos a la segunda estación y a lo lejos vemos a un niño pensativo, ¡pero si es Vallejo, nos decimos!
¡Hay, hermanos, muchísimo que hacer!
Y su voz retumba en nuestros oídos. Es cierto, nos queda camino por recorrer aún. La música nos acompaña y la gente sale de sus casas, al comienzo nos miran extrañados. ¿Quiénes son estos locos?, dirán algunos, pero al final se unen y movidos por el espíritu de la poesía llegamos a la siguiente parada: la estación Eguren.
Y había paz en los campos,
y en la mágica luz del cielo santo.
Escuchamos atentos los versos de Eguren, hasta que de pronto un loco grita poesíiiiiiiiiiiiiiaaaaaaaaaaaa y sabemos que tenemos que partir. En el apuro tomamos otra calle que no es la marcada, pero, ¿quién dijo que perderse no es parte del camino? por ahí alguien dice: "Caminante no hay camino, se hace camino al andar". Y vaya que tiene razón, seguimos los pasos y entonces aparece ante nosotros la última estación, la estación de Martín Adán.
-Todo estar es de escuela inadvertida:
¿Quién no es maestro a quién, que todo es duda!...
¿Qué instante, cuál, no es toda la Vida?...
-A una ventana asoma el ave huida:
Algún arbusto espera; nada muda;
A enseñarse el Poeta convida...
El sol nos anuncia sutilmente que debemos aligerar el paso, pero es inevitable voltear y ver todo lo que dejamos detrás: árboles con poemas, pancartas con hermosas frases, niños recitando poesía, desconocidos totales que ahora ríen juntos...hasta que de pronto llegamos a la meta, aunque como diría Michael Frayn: "el viaje es la meta" o, en este caso, el camino es la meta en sí.
Subir la duna no es tarea difícil cuando una fiesta de colores nos espera allá arriba. El sol nos regala toda su luz, y mientras nos preguntamos por qué no hacemos esto más seguido, alguien toma la palabra y nos regala un verso, Purumpa lo sigue con su música, los niños bailan, juegan, ríen con la arena. El sol se despide y sabemos que es hora de partir.
Hasta otro día, hasta otra canción, hasta otro verso...